The Argie-bargy

- ¿Futbóul?

- Football- había repetido, pero Martín nunca llegó a pronunciarlo del todo bien.

Ninguno de los dos equipos ha conseguido marcar aún ningún tanto. Es el segundo tiempo de los cuartos de final y la multitud está cada minuto más ansiosa y exaltada. Los jugadores enemigos se aproximan al arco inglés más de lo que le gustaría, pero el jugador estrella aún no actúa y el empate permanece inalterado.

- Mmmm…- miraba la dura pelota de cuero mientras lo meditaba- No sé che… correr atrás de una pelota parece de chiflados.

- Tú sólo inténtalo Argie.

Observa atentamente el ir y venir de la pelota sin perder un solo detalle. Odia admitirlo, pero hay probabilidades de que el mocoso lo deje fuera. Maldito el día en que se le ocurrió ir a visitarlo con una pelota bajo el brazo, se convertirá en su condena.

- ¡Lo haces bastante bien Martín! Pásame la pelota, te mostraré un truco…

Argentina debe estar perdido en aquella marea celeste y blanca que ruge emocionada. Sea cual sea el resultado, no deben verse, las heridas de la guerra todavía parecen demasiado recientes. El corazón se le encoje y cree poder sentir los gritos de emoción de Argentina dentro suyo, oprimiéndole, cuando su jugador comienza a acelerar y esquiva la defensa inglesa. Ya es inevitable y todo depende del arquero. Suceda lo que suceda, esta es la manera correcta de hacerlo, ya no deberían pelear nunca más, no en un campo de batalla.

- ¡No puedes usar las manos Martín! Debes moverla sólo con los pies.

El número diez hace trampa, y el estadio estalla.

- ¡GOOOOOOOOL! ¡GOOOOOOOOL DE AARGEENTIINAAAAAAAA!

Martín corría por la cancha con los brazos en alto como si hubiese metido el gol de su vida. No era muy buen ganador, ¿pero qué país lo era? Él solía sentir esa misma euforia con cada territorio conquistado y cada nueva colonia creada.

Parecía tener algo de talento para el juego, el próximo gol no se lo dejaría tener tan fácil.

Martín ya no celebra como antes, la guerra le dejó una nueva canción. El inglés no salta, no festeja. Tampoco se siente derrotado. Recuerda viejos partidos sin fama ni gloria, sólo jugar por el gusto de hacerlo, y decir que la culpa de esa creciente competitividad la tuvo el paso del tiempo parece más fácil.

Se aleja antes de hacer algo que no quiere -necesitarlo, buscarlo, verlo-, debe descansar y preparase para regresar a casa. Los argentinos están por toda la ciudad y no puede dormir, no lo dejan con sus cantos. Con ese canto, el que repiten con mayor insistencia y le revuelve el estómago. Las cosas nunca habrían podido ser de otra manera entre ellos, pero espera que algún día y a pesar de todo, puedan volver a enfrentarse cara a cara sin derramar sangre.